17.10.06

Primer acuerdo sobre incendios

Desde muy antiguo, grandes núcleos de población como Grecia y Roma, realizaban vigilancias nocturnas para dar la alarma en los casos de incendios.
Durante la Edad Media, en Madrid, la población no superaba los 3000 habitantes y los incendios y las epidemias fueron fatales. Para muchos monarcas españoles, Madrid sería durante el siglo xv lugar de residencia de forma ocasional, hasta que en 1561 se estableciese la Corte en esta localidad bajo el reinado de Felipe II.
Los madrileños serían testigos del crecimiento de la población y del avance urbanístico. Muchos palacios y edificios públicos iban a formar parte del entramado urbano y los incendios aparecerían con más frecuencia.

Durante la Edad Moderna los primeros incendios que alarmaron a la población madrileña fueron los ocurridos en la Puerta de Guadalajara y en las casas del Encomendador D. Pedro Zapata, junto a la Plaza Mayor (calle Mayor frente a la plaza del Comandante Las Moreras). Estos incendios llevaron al Consejo de la Villa a redactar el 9 de julio de 1577 el primeracuerdo sobre fuegos, haciéndose imprescindible reunir a un grupo de hombres dotados del material necesario, que se dedicaran a socorrer a la capital en los casos de incendios.

Aunque anteriormente ya habían dispuesto la compra de material para luchar contra el fuego, no se haría realidad hasta la aprobación de este último acuerdo.

Entre otrosmateriales se compraron aguatochos o jeringas grandes, 24 cubetas de cuero, 6 garfios con picas largas, 12 palanquillas de hierro, 12 azadones de monte, 12 piquetas, 6 maromas delgadas, 2 escaleras largas y 6 carros de dos ruedas con seis cubetas que deberían estar llenas de agua cuando sucediera algún siniestro.

Los carpinteros, oficiales de obras y alarifes, serían los encargados de guardarlos y acudir a los fuegos cuando se les diera la orden.

Los primeros matafuegos

El 3 de noviembre de 1618, D. Francisco de Villasis, corregidor de Madrid, elaboró un dictamen en el que por primera vez un grupo de 24 carpinteros se dedicaría a «matar los fuegos» de la capital, percibiendo un salario por sus servicios y nombrándoles «Matafuegos de la Villa».

Cuando sonaban las campanas de cualquier iglesia, acudirían a los fuegos desde las obras donde trabajaban si coincidía con su jornada laboral, sino, desde sus casas a un almacén situado estratégicamente donde se custodiaban las 16 jeringas grandes, 8 hachas y sus respectivas escaleras.
Con estos materiales subían a los tejados y, una vez en éstos, hacían cortes en las vigas de madera para evitar la propagación. Nadie mejor que ellos, ya que eran los que estaban construyendo Madrid en aquella época, pues la mayoría de las estructuras de las casas eran construidas en madera.

Cada seis meses los regidores comisarios que tenía nombrados la villa pasaban la oportuna revisión de estos materiales. Por este trabajo y ocupación los matafuegos recibían cada año 40 000 maravedíes cada uno, pagados de las sisas del ayuntamiento de seis en seis meses.
Además de este pago, les concedían el importe de los alzados que construían en la Plaza Mayor, de las bocacalles del Paso Real e Imperial, donde se celebraban fiestas de toros y juegos de cañas.
En cada fiesta de toros de San Juan y Santa Ana de cada año, se les otorgaría dos toros muertos o el valor de estos (20 ducados) cuyo importe recibiría la cofradía de la «Hermandad de San Joseph» a la que pertenecían dichos matafuegos desde 1619.

En este año, el corregidor Marqués de la Vega, nombraría hasta 30 matafuegos (29 y un capataz), obligándoles a repartirse en número de cinco en cada uno de los seis cuarteles o distritos en los que se hallaba dividido Madrid.
Acudirían a los incendios provistos de una vestidura de piel que cubría el cuerpo ciñéndolo hasta la cintura, llamada coleto, ya que según algunos documentos de la época, testifican que al acudir a los incendios a deshoras de la noche y en tiempos fríos y tempestuosos, enfermaban y fallecían algunos por pulmonía.
Además, servía para hacer fuerza con el cuerpo al utilizar el aguatocho, con el fin de despedir el agua con violencia y alcanzar las llamas, resistiendo

Maestro bombero

A partir de la segunda mitad del siglo XVIII el servicio experimentará algunos cambios que harán mejorar su organización y funcionamiento notablemente.
En 1767 Madrid contaba con siete bombas, la inglesa y seis más compradas a la vecina Francia.
Los matafuegos y mozos mangueros, tenían que saber usarlas y conocerlas con exactitud para que desarrollaran el trabajo al máximo rendimiento.
Estas máquinas se estropeaban con mucha facilidad por su frágil composición y continuado uso, haciéndose necesario que el servicio de incendios demandara de los conocimientos de un profesional que entendiera sobre esta materia. Como decían en aquella época, necesitaban «un hombre inteligente».
El 4 de diciembre de 1767 fue contratado por el ayuntamiento un maquinista hidráulico y constructor de bombas, D. Juan Jorge Graupner, con 31 años de edad y de origen alemán, concediéndose por primera vez en Madrid el cargo de «maestro bombero1».
Una vez incorporado en el servicio, formaría e instruiría sobre las bombas a los matafuegos y 24 mozos mangueros cobrando este maestro un jornal de cinco reales diarios.
Durante los primeros años realizó importantes reparaciones en las bombas; modificó los depósitos de madera a latón para que fueran de mayor duración y evitar principalmente las fugas de agua por estar la madera podrida.
Se pintaron en color encarnado y la mayor parte de sus piezas se cambiaron y repararon las ruedas y el cañón por donde salía el agua.

Instrucción 1789


En el año 1777 se elaboró un expediente a instancia del excelentísimo Sr. Conde de Campomanes, «sobre la necesidad de tomarse providencias para cortar los incendios que ocurran en Madrid, y evitar la confusión y desgracias que con el desorden se experimenta en tales casos».
El 20 de noviembre de 17894 fue firmada la primera instrucción para sofocar los incendios por D. Pedro Escolano de Arieta del Consejo de S.M., siendo rey Carlos IV y corregidor de la villa D. José Antonio de Armona y Murga.
Constaba de 35 capítulos y recogía los acuerdos ya mencionados con arreglos y prevenciones a la altura de la época.

El material empezaría a ser modificado según la experiencia, y «en lugar de los baldes o cubos de madera se sustituirán de cuero, para que arrojados de lo alto no se quiebren, y puedan con facilidad volverse a llenar».

Estos materiales dependían directamente de la policía urbana, al estar el servicio de incendios ligado al ramo de limpiezas y riegos, cuyo responsable era el visitador general de policía, quien «deberá celar sobre la limpieza, aseo y guarda de todos los instrumentos y herramientas depositadas en dichas casas, a más de la inspección y encargo que tienen los regidores cuarteleros».

Para los matafuegos, recordaban su tarea en el capitulo XVII. «El gremio de carpinteros y sus repartidores nombren cuarenta oficiales de su oficio y vivan cinco en cada cuartel, a los cuales se han de entregar dieciséis escaleras, veinte hachas de cortar y cuatro baños o tinas de madera, para que con ellas acudan a los fuegos, luego que se toque la campana; y se recogerán del mismo gremio los aguatochos, los que se encargaran a otras personas, por ser los carpinteros mas a propósito para el manejo de las escaleras, subir a los tejados y hacer las cortaduras».

También se necesitaba de una buena dirección para organizar los trabajos de extinción, de este modo «el maestro mayor de obras de Madrid y su teniente formarán dos listas, una de los maestros de obras o arquitectos aprobados que hay en la Corte y otra de los oficiales de albañilería, con expresión de sus nombres, casas y calles donde habitan; y de ellos nombrará Madrid, cuatro maestros arquitectos que concurran personalmente a los fuegos».

Compañías de seguros

A partir de 1822 cuando se instala en la capital, la Sociedad de Seguros Mutuos de Incendios de Casas de Madrid.
Esta sociedad era la reunión de propietarios de las casas situadas dentro de las murallas, con el fin de proporcionarse una garantía en sus propias fincas e indemnizarse recíprocamente de los daños causados por los incendios.
La compañía contaba con dos arquitectos, doce operarios y una bomba, y por medio de su dirección se adaptarían de acuerdo con el ayuntamiento en el punto de útiles y operarios que debían de concurrir a los fuegos, de tal forma que colaborarían entre ellos, dando una mayor respuesta para mejorar las intervenciones y más seguridad a los vecinos de la capital.

D. Manuel María de Goyri, propietario de fincas, ideó la posibilidad de crear una compañía de seguros, proyecto que estudió en una corta estancia en Bilbao en 1807, viendo como las casas y almacenes de la Compañía General Francesa así lo estaban.
La exposición de su proyecto la formuló el 27 de abril de 1822, siendo impreso y publicado su reglamento el 30 de noviembre del mismo año por valor de 69501128 reales y sancionado por el Consejo de Castilla por Real Cédula de 31 de marzo de 1824.

En el capítulo 5º, artículo 41, según su reglamento dice4: «Que se cuidará de que se coloquen en las casas aseguradas en paraje visible una tarjeta o azulejo que diga “Asegurada de Incendios”».
Aún se conservan en muchos de los edificios del centro de Madrid.

Bomberos Realistas


El 23 de febrero de 1827, se había creado en Madrid la primera Compañía de Bomberos dependientes de los Batallones de Voluntarios Realistas, que fundó S.M. Fernando VII en 1823 y cuya organización sería la siguiente: «Que su fuerza conste de un capitán, tres subalternos facultativos y 120 plazas de fusil, entre ellas 78 para el manejo de 7 bombas, 20 oficiales de carpintería, llamados de obras de afuera y 22 oficiales de albañilería.

»Que esta compañía esté agregada para su manejo interior y de tal al primero de dichos batallones y quede exenta de todo servicio que no sea de su instituto, excepto de las revistas de armas, policía, inspección y formaciones públicas.

»Que su uniforme sea igual al de los voluntarios de infantería, con la sola diferencia de llevar en los extremos del cuello de la casaca una pala y un pico enlazados con una corona encima».
También tenían un reglamento particular con 19 artículos y al mando de esta compañía estaba el capitán D. José Rivelles. Éste, pediría al ayuntamiento que el personal del servicio de incendios quedase bajo sus órdenes y la villa tendría que prestarles los materiales que utilizaran para los incendios.

El corregidor D. José Mª de Carvajal, refutó, «que Madrid tiene el deber de asistir a los incendios y que todos los dependientes están a sueldo, por lo que es obligación de la Villa el tener este servicio bajo su tutela».

Otra de las peticiones del capitán, fue que los celadores de los serenos pudieran avisar a los bomberos de su compañía y que para tal efecto, se les entregase una lista de todos los operarios con sus domicilios. Esta vez, el Corregidor autorizaría esta petición por las buenas intenciones y beneficios que aportaría para los madrileños.

16.10.06

Bomberos de la Milicia

Durante la regencia del general Espartero (1841-1843) la misión de estas compañías, sería que los llamados maniobreros se dedicasen a la rápida extinción de los incendios y la de los auxiliares, facilitar los trabajos acordonando la zona.
Su jerarquía estaría formada por un capitán, teniente, subteniente, sargentos, cabos, zapadores bomberos y cornetas, siendo el arquitecto, D. Juan Pedro Ayegui, capitán comandante de zapadores bomberos de la Milicia Nacional.

Tras esta situación se disolvió la compañía del ayuntamiento pasando parte del personal al nuevo Cuerpo de Zapadores de la Milicia Nacional, como algunos mangueros.

Durante este periodo de regencia, fue adjudicada una contrata por medio de subasta a los hermanos Maeso, dedicándose al mantenimiento de las bombas y prescindiendo del maestro bombero.

15.10.06

Mangueros

Los mozos mangueros eran los encargados del empedrado de las calles y fueron incorporados para colaborar con los matafuegos en la extinción de los incendios.
Durante la evolución del servicio contra incendios irían asumiendo poco a poco el relevo de los matafuegos.

Su implicación fue más notable a partir de 1830. El Ayuntamiento de Madrid contaba con una cuadrilla compuesta por un capataz y 24 mangueros que acudían a los hundimientos y derribos de edificios en ruina de la ciudad, siendo su primordial tarea el empedrado de las calles y paseos además de barrer los puentes de Toledo y Segovia.
Por estos servicios el ayuntamiento les concedía un jornal de diez reales para el capataz y siete para cada manguero. Además de asistir a estas tareas y a los incendios, realizaban las maniobras de bombas.

El 7 de julio de 1834, se aprobaron por real orden las nuevas reglas que se tenían que observar en los incendios que ocurriesen en Madrid. A partir de este momento los mangueros se dedicarán en los incendios al servicio de las bombas, conducción de carros con las cubas y demás utensilios e instrumentos.

Durante la segunda mitad del siglo XIX serán los protagonistas del servicio contra incendios y no será hasta el 19 de julio de 1876, cuando de una vez por todas quedasen determinadas sus obligaciones, con un reglamento para el nuevo «Cuerpo de Mangueros», reclamado hacía muchísimo tiempo.

13.10.06

Cuerpo de Bomberos


El Conde de Romanones presentó el 26 de septiembre de 1894 un proyecto de reorganización del servicio contra incendios.

Por primera vez en la historia del servicio contra incendios, en sesión de 5 de octubre de 1894 se aprobaba un nuevo reglamento para el Cuerpo de Bomberos de la Villa de Madrid quedando sostenido por las arcas municipales, «cuyo objeto es atender a la extinción de los incendios y al salvamento de personas y propiedades, prestando también su auxilio en los casos de hundimiento o inundación».

El citado cuerpo se dividirá en dos partes; la activa, cuya misión será la de acudir a los siniestros; y la auxiliar formada por los servicios de administración necesarios para su organización, bajo las ordenes del director del cuerpo, que será un arquitecto o ingeniero primer jefe.

El personal que optase a una de las plazas vacantes en el Cuerpo de Bomberos de Madrid deberá contar con oficio de carpintero de armar, albañil, haber servido en la armada o en cuerpos de ingenieros y artillería del ejército. Tener de 23 a 30 años, estatura mínima de un metro y medio, 86 centímetros de circunferencia torácica, saber leer y escribir y una honradez intachable. Realizarán guardias de 24 horas en los centros de zona y al terminar, las siguientes 24 horas las efectuaran en los puestos de bomba y carrete.

Trascurridos dos días de trabajo, las siguientes 24 horas serán libres, realizando maniobras por las mañanas y retenes en los teatros por las tardes, pagándoles una peseta por este servicio; 0,25 pesetas para el ayuntamiento por atenciones del servicio y 0,75 pesetas al bombero.

El personal destinado a cada uno de los puestos del servicio realizará vigilancias por turnos. Por las noches deberán estar uniformados y despiertos, y el resto de la dotación podrá dormir pero sin desnudarse.

12.10.06

Isidoro Delgado y Vargas


El ayuntamiento nombraría por primera vez en como director del Cuerpo de Bomberos, al arquitecto D. Isidoro Delgado y Vargas a los 47 años de edad.

Este hombre cursó sus estudios en la escuela especial de arquitectura en septiembre de 1864 y el 7 de octubre de 1869 obtuvo el título de arquitecto.
En los tres años siguientes ocuparía la plaza de arquitecto municipal de la ciudad de Vitoria y el mismo cargo por igual espacio de tiempo en la de Toledo, habiendo desempeñado varias cátedras de los institutos y academias de Bellas Artes de dichas ciudades.

En 1883 es nombrado arquitecto secretario de la Junta Consultiva Municipal de Madrid y dos años después le concedería el alcalde D. Alberto Bosch, el título de arquitecto municipal de la primera sección.

En 1888 pasaba a desempeñar la plaza de inspector facultativo del material de incendios que venía realizando, y, en sesión de 12 de enero de 1895, es nombrado arquitecto jefe del Cuerpo de Bomberos.